Thursday, May 30, 2013

EL PRINCIPIO DE LA LEY DE LA BUENA IMAGEN Y LA COHERENCIA: PARTE 3 David gonzález ™



Por: David gonzález ™
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¿Qué ES LA COHERENCIA?
Relación lógica entre la forma de pensar de una persona y su forma de actuar.

Es el valor que nos hace ser personas de una pieza, actuando siempre de acuerdo a nuestros principios.

Es la correcta conducta que debemos mantener en todo momento, basada en los principios familiares y sociales aprendidos a lo largo de nuestra vida.

Con este valor somos capaces de cumplir con mayor eficacia nuestras obligaciones, pues hace falta ser honesto y responsable; en nuestras relaciones personales es indispensable para ser sinceros, confiables y ejercer un liderazgo positivo; para nuestra persona, es un medio que fortalecer el carácter y desarrolla la prudencia, con un comportamiento verdaderamente auténtico.

En primera instancia, el problema de vivir este valor es que somos muy susceptibles a la influencia de las personas y lugares a los que asistimos; por temor callamos, evitamos contradecir la opinión equivocada, o definitivamente hacemos lo posible por comportarnos según el ambiente para no quedar mal ante nadie. No es posible formar nuestro criterio y carácter, si somos incapaces de defender los principios que rigen nuestra vida. Lo mejor es mantenerse firme, aún a costa del cargo, opinión o amistad que aparentemente está en juego.

Podemos suponer que actuando en base a nuestras propias convicciones basta para ser coherentes, pero existe el riesgo de adoptar una actitud traducida en un “soy como soy y así pienso”. Efectivamente, la coherencia exige esa firmeza y postura, pero se necesita un criterio bien formado para no caer en la obstinación.

Todo indica que en algunos momentos exigimos coherencia en los demás: recibir un justo salario, colaboración por parte de los compañeros de trabajo, que nos procuren atenciones en casa, la lealtad y ayuda de los amigos. Pero esto debe llevarnos a reflexionar si trabajamos con intensidad y en equipo, si correspondemos con creces a los cuidados que recibimos en casa, si somos leales y verdaderos amigos de nuestros amigos.

Siempre debemos estar conscientes que la coherencia hasta cierto punto es flexible. Por una parte es aprender a callar y ceder en las cosas sin importancia; pero en circunstancias en las que el prestigio y la seguridad de las personas, la unidad familiar o la estabilidad social están en juego, se tiene la obligación de enfrentar la situación para evitar un daño a los derechos de los demás. Este es el motivo por el cual, el ejercicio de la prudencia es determinante, para saber actuar acertadamente en cualquier circunstancia.

¿Qué se necesita para ser coherentes, voluntad o conocimiento de los valores?
En estricto sentido, ambos.
Voluntad para superar nuestro temor a ser “diferentes” con el implícito deseo de ser mejores y ayudar a los demás a formar los valores en su vida.
Con el conocimiento, hacemos más firmes nuestros principios, descubriendo su verdadero sentido y finalidad, lo que necesariamente nos lleva a ejercitarnos en los valores y vivirlos de manera natural.

Para la práctica y vivencia de este valor debemos considerar:

- Examina si tus actitudes y palabras no cambian radicalmente según el lugar y las personas con quien estés. Que en todo lugar se tenga la misma imagen y opinión de ti.

- Piensa en la coherencia que exiges de los demás y si tú actúas y correspondes, al menos, en la misma proporción

- Se prudente para elegir amistades, lugares y eventos. Así no tendrás que esconderte, mentir y comportarte en forma contraria a tus principios.

- Evita hacer trampa o cumplir con tus obligaciones a medias. Aunque sea lo más fácil y nadie se percate de ello por el momento.

- Procura no ser necio. Considera que algunas veces puedes estar equivocado, escucha, reflexiona, infórmate y corrige si es necesario.

- Evita discusiones y enfrentamientos por cosas sin importancia. Si hay algo que defender o aclarar, no pierdas la cordura. Serenidad, cortesía y comprensión

La experiencia demuestra que vivimos con mayor tranquilidad y nuestras decisiones son más firmes, al comportarnos de manera única; que a la larga, todos aquellos que alguna vez se burlaron de nuestros principios, terminan por reconocer y apreciar la integridad de nuestra persona. Por este motivo, la unidad de vida aumenta nuestro prestigio personal, profesional y moral, lo cual garantiza incondicionalmente la estima, el respeto y la confianza de los demás.

“Escucho tan fuerte lo que eres, que no puedo escuchar lo que dices”.
Ralph Waldo Emerson


Me han impactado dos historias que escuché de un amigo hace apenas unos días. Ambas sobre jóvenes, cada una con un mensaje capaz de estremecer a cualquiera. La primera de ellas — ¡qué misterio!—, sobre un joven que decidió secuestrar, sin motivo aparente, a un grupo de niños en una escuela de su ciudad.

Era lunes. El ambiente que se respiraba en el instituto parecía el mismo de todos los días. En medio de esa normalidad comenzaron las clases cuando, de pronto, el joven entró violentamente en uno de los salones. Todos quedaron paralizados: ¡era el comienzo de una pesadilla de largas y angustiosas horas!

Después de un tiempo, un agente de la policía logró acercarse a la puerta del aula. Desde ahí, dialogó con el secuestrador. El joven pedía dinero y la posibilidad de escapar. Pero el oficial luchaba por hacerle entrar en razón y que entendiera la absurdidad de su propósito. Con serenidad, dominio y calma logró que se rindiera sin dañar a nadie.

¿Qué lo motivó a tan espantosa acción? El mediador dice que el deseo de granjearse una fama fácil y de salir de la ingente masa de jóvenes con una vida gris. Sólo eso, sólo eso…

La segunda historia es distinta. Tiene por protagonista a un joven llamado Javier, que a los 17 años era un buen jugador de golf —sólo tenía 5 de hándicap. Este deporte lo apasionaba a tal grado que comenzó a cultivar la ilusión de dedicarse a él de modo profesional; pero un acontecimiento cambió sus expectativas.

Un día sintió que algo no iba bien en sus ojos. Acudió al doctor, quien, después de un examen, le reveló una noticia tremenda: ¡un cáncer se había desarrollado en sus nervios ópticos! El tratamiento de radiación fue inmediato, por lo que el tumor se pudo erradicar. Pero la vista no resistió, y el joven quedó en penumbra para siempre.

Javier tenía todo el derecho para quejarse de las «injusticias» de la vida. Podía haberse abandonado ante el abismo incompresible de un sufrimiento inesperado. Pero escogió un camino más apasionante: el de la lucha.

Así, a los dos años de este triste acontecimiento se lanzó a jugar golf otra vez, supliendo sus ojos por la orientación de su bastón. Actualmente  cuenta ya con 29 años, es un exitoso abogado y planea fundar una escuela de golf para invidentes.

Dos casos límite y extrapolados. Pero creo que en el fondo la vida de éstos y de todos los hombres se distingue sólo en pocas cosas.
Una de ellas son los valores que cada uno aprecia, lo cuales nos orientan para tomar las decisiones más profundas de la vida, como la de Javier. Por eso él permaneció «fiel» a sus ideales, luchando por alcanzarlos a pesar de tener mucho en contra; supo ser «sincero» consigo mismo, afrontando con «valentía y alegría» la enfermedad. Es causa de «unidad» para su familia, y goza de la «amistad» de Dios y de muchas personas.

Tal vez el mayor ejemplo de coherencia y persistencia es Abraham Lincoln. Si quieres aprender de alguien que no se dio por vencido, no busques más.
Nacido en la pobreza, Lincoln enfrentó la derrota a lo largo de toda su vida. Perdió ocho elecciones, dos veces fracasó en los negocios y sufrió un colapso nervioso.
Podría haberse dado por vencido muchas veces, pero no lo hizo, se convirtió en uno de los más grandes presidentes en la historia de los Estados Unidos.
Fue un campeón, y nunca cesó en su empeño. El siguiente es un bosquejo del camino de Lincoln hasta la Casa Blanca:

    1816: Desalojan a su familia de su casa. Tiene que trabajar para mantenerla.
    1818: Muere su madre.
    1831: Quiebra.
    1832: Se presenta para la legislatura estatal y pierde. También pierde su trabajo. Quiere entrar a la facultad de derecho, pero no puede.
    1833: Pide dinero prestado a un amigo para iniciar un negocio y al final  del año quiebra. Pasa casi diecisiete años pagando su deuda.
    1834: Vuelve a presentarse para la legislatura estatal. Gana.
    1835: Se compromete para casarse, su prometida muere y queda destrozado.
    1836: Tiene un colapso nervioso total y está en cama durante seis meses.
    1838: Trata de ser portavoz de la legislatura estatal. Es derrotado.
    1840: Trata de ser elector. Es derrotado.
    1843: Se presenta nuevamente para el Congreso, esta vez gana, va a Washington y se desempeña bien.
     1848: Se presenta para la reelección en el Congreso. Pierde.
    1849: Trata de ocupar el cargo de jefe de catastro en su estado natal. Es derrotado.
    1854: Se presenta para el Senado de los Estados Unidos. Pierde
    1856: Intenta obtener la nominación para vicepresidente en la convención nacional de su partido. Obtiene menos de cien votos.
    1858: Se presenta nuevamente para el Senado norteamericano. Vuelve a perder.
    1860: Es elegido presidente de los Estados Unidos.


"El camino era difícil y resbaladizo. Se me resbalaba un pie y sacaba al otro del camino, pero me recuperaba y me decía a mí mismo: "Es un tropezón y no una caída."         Abraham Lincoln


Con todo lo que estos héroes tuvieron que afrontar, algunos podrían volverse locos, o al menos ateos, renegados y rebeldes.
Un amigo llamado Luis, accedió a estudiar administración para satisfacer los deseos de su padre, quien esperaba darle el cargo de director de la empresa familiar cuando se retirara. Deseaba satisfacerlo y, además, asegurar su futuro.

Llevaba ya cuatro semestres de carrera, pero había algo que no terminaba de gustarle.
Poco a poco una insatisfacción interior —silenciosa y profunda como gangrena— se fue abriendo paso en su interior, creando un vacío que no lo dejaba en paz. Se dio cuenta de que en verdad ambicionaba algo muy distinto.
Sabía que estaba haciendo oídos sordos a esta queja, hasta que optó por escuchar a su corazón. Dejaría los estudios de administración para cursar la carrera que siempre había deseado: ciencias de la educación.

Al inicio sus padres no lo entendieron. ¿Qué pasaba con su hijo? ¿No quería continuar con la tradicional empresa familiar? ¿No sabía agradecer todos los sacrificios y esfuerzos que se habían hecho por él a lo largo de su vida? ¿No le interesaba tener su futuro asegurado, un puesto de trabajo prestigioso y dinero de sobra para hacer lo que quisiera?

Todo eso le importaba. Claro que el dinero y las seguridades le llamaban la atención; más por encima de todo —pero muy por encima— deseaba realizarse, quería ser «él mismo» fuera de cualquier interés mezquino. No buscaba ser profesor porque «le gustaba y ya». Más bien se sabía responsable de algo, portador de un mensaje especial, de una misión. Sí, ¡de una misión!

Este impulso lo abarcaba todo, lo sobrepasaba y lo lanzaba a una lucha implacable por afirmarse en su lugar propio. Le importaba más entregar su vida para servir a los demás a través de la enseñanza, que todo el dinero del mundo. Estaba convencido de que había un lugar en este cosmos que sólo él podía llenar. Y no estaba dispuesto a dejarlo vacío.

En una ocasión confesó a un amigo: « ¿Alguna vez te has fijado en las hojas de los árboles? Parecen todas iguales, pero no hay siquiera dos de ellas que sean idénticas. Si esto sucede con una simple hoja, ¡qué no será de los hombres!»

Se dice con frecuencia que todo hombre es un ser único en la tierra.
Pero no terminamos de convencernos de que cada uno porta una buena noticia para el mundo, un cometido que lo hace erigirse como una novedad dentro del universo.
Cada quien es único y tiene un lugar privilegiado que sólo él puede ocupar.

Por ello me congratulo de todos aquellos que, como mi amigo Luis, han sabido tomar el «toro por los cuernos» y han comprendido que su vida no es indiferente para los demás.
Hombres y mujeres valientes, audaces, que han aceptado la nada fácil misión de vivir su libertad en el amor para ofrecernos una aportación de algo absolutamente insólito: su auténtica personalidad.

No cabe duda, hay cosas para las que se nace: Ronaldo para el fútbol, Mozart para la música, Lincoln para ser presidente,  Madre Teresa para ayudar a los pobres, etc. Etc.

La coherencia es un valor poderoso. Por sí sola da a la persona un brillo especial, una atracción casi irresistible.
Tiene un precio a veces muy caro: la fidelidad a la palabra dada; mas también un altísimo premio: la felicidad.
Sí, es costoso, es admirable saber «agarrarse», saber ser fiel. Pero esta lucha es la única que garantiza nuestra libertad y, por ende, nuestra realización en plenitud.
Pero me sorprendió constatar, por medio de una encuesta, el tipo de modelos que tiene casi la mitad de los jóvenes europeos.
Y digo me sorprendió porque los resultados no fueron, ciertamente, los que yo esperaba.

Veinticinco por ciento dice que tiene como ejemplo de vida a la Madre Teresa de Calcuta.
¡Una viejecita que además de haber muerto hace tiempo, hacía todo lo posible por no sobresalir!

Pero eso no es todo: otro 24.6% afirma que Juan Pablo II es el personaje más admirable del mundo. Y no sólo porque fue un Papa estupendo, sino porque supo llegar a viejo sin perder su juventud; fue niño cuando se trataba de vivir con ilusión su ideal, y un hombre maduro cuando llegaba el momento de luchar por conquistarlo.
Así es. Las personas que han transformado verdaderamente el mundo no lo han hecho sólo por ser artistas o deportistas, Papas o monjas fundadoras. Lo han logrado, sobre todo, porque han sabido ser fieles a sí mismas y han luchado por ser coherentes con sus deseos más íntimos.
Son hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí, buscando sólo hacer el bien, y fueron consecuentes con sus convicciones.

Sí, las luces, las cámaras y los aplausos llaman la atención, deslumbran y ensordecen. Pero lo extraordinario es que a los verdaderamente jóvenes —aquellos que desean sacarle aún más jugo a la vida— necesariamente les atrae mucho más una personalidad tan coherente, sólida como una roca y llena de un amor que jamás pierde su frescura.

«El mundo está lleno de gente que habla de lo maravillosa que es el agua, pero ni siquiera toman agua.
En definitiva, lo que cuenta para llegar a ser un héroe no es lo que brilla, sino lo que se lleva por dentro.
«Si estás buscando una vida fácil, lo tuyo no es el liderazgo y la coherencia. Por lo menos haz una opción.
Si la vida de liderazgo y la coherencia, no es para ti, entonces haz otra cosa.
Pero si vas a decir que eres líder, vive como tal. Vive tu vida coherentemente, como un líder.
Eso es lo que necesitamos. Necesitamos guerreros. Necesitamos líderes coherentes en la tierra ahora. Los necesitamos urgentemente».

Da gusto saber que aún puede encontrarse gente coherente consigo misma. Personas sin complejos ni apocamientos,  ni pichicateces.
David gonzález ™

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